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ISSN 1989-4163

NUMERO 113 - MAYO 2020

 

Cuando Somos Demasiado Visibles

Inés Matute

Meter la pata por comentarios volcados en Internet; sufrir por un tweet desafortunado. Todos sabemos de qué hablo, pero, ¿Qué ocurre cuando las cosas se hacen bien y nos llueven las consultas del lector 2.0 que es incapaz de diferenciar entre visibilidad y disponibilidad? Mucho se habla de la importancia de emprender, de poner en marcha algo útil y cobrarlo, pero muy pocos entienden el esfuerzo que conlleva todo ello, y sólo son capaces de ver el resultado, la punta del iceberg. Que no quede -ni en el espacio ni en el ciberespacio- ni rastro de la sangre, sudor o lágrimas vertidas en el camino.

Para muchos profesionales, el mundo virtual es un buen canal para hacer visible su trabajo, una herramienta de marketing low cost que además nos permite mantener un contacto cercano y directo con quienes se interesan por lo que contamos/cuentan. Visto así, la Red viene a ser un restaurante japonés donde todo lo que se cocina está a la vista de los comensales. El problema llega cuando hay quienes lo confunden con un buffet libre.  Ser accesible y transparente no implica el “gratis total” que muchos desearían. Escribir en un blog especializado o tener un perfil en Linkedln no implica que tengas que asesorar desinteresadamente a cualquiera que formule una consulta o solicite una recomendación profesional. Responder a dudas y peticiones es algo que en ocasiones hacemos de buen grado, pero no por obligación. Recordemos que quien lo hace es el mismo que crea, vende, gestiona, negocia, administra, promueve y… mil cosas más. Es un “yo me lo guiso yo me lo como” en toda regla. Poco gratificante, por cierto.

Las grandes empresas organizan un día o una semana de puertas abiertas para mostrar lo que hacen; el profesional en la Red “parece” que mantenga las puertas abiertas indefinidamente, para que cualquiera entre y disponga de lo que necesite a placer. Eso de colaborar, compartir y cooperar está muy bien… pero no da de comer. Obsérvese que todo empieza por la sílaba “co”. Pero jamás se menciona la opción de “cobrar”.

Cuando me dedicaba con más entusiasmo a la literatura, no pocos me pedían que les regalase un libro desdeñando los años de trabajo que había detrás y los euros por ejemplar que me cobraba mi editor. Era algo que me parecía casi insultante, y no podía por menos que pensar: si tanto te gusta leerme, cómpralo, y si no te gusta, ¿para qué me lo pides? Ahora, que me dedico al coaching, todas mis amistades dan por hecho que debo ayudarles a reorganizar sus respectivas vidas por amor al arte. Ello no solo menosprecia mi trabajo, sino que devalúa nuestra amistad. No tengo claro por qué cuando ven un sombrero que les gusta entran en la tienda con ánimo de comprarlo y cuando se ofrece un servicio útil y atractivo, se sobrentiende que lo tengo que regalar. Algunos, incluso, tienen la desfachatez de decirme que así “hago prácticas”.

Queridos míos: las prácticas ya las hice antes de conseguir mis títulos, unos títulos que me costaron un riñón en matrículas y clases. Así que, no me hagáis más favores brindándome la oportunidad de trabajar gratis para “practicar”. ¿Acaso vosotros lo hacéis? ¿Trabajáis para pagar facturas o por amor al arte?

Durante estos últimos 50 días he hecho mucho coaching on line. Esta vez he sido yo quien, viendo a amigos y conocidos al borde del precipicio, he decidido ayudarles desinteresadamente. Saberme útil también me ayudaba a mí y me hacía sentir mejor persona en un momento en que la fragilidad de quienes vivimos solos comenzaba a ser dolorosa. Ayudar a otros me ayudaba a mí, y esta es la cara más hermosa de mi profesión. Pero no por ello dejo de pensar que, Pandemias aparte, nunca hay que dar por hecho que el otro está a tu servicio: su trabajo merece una recompensa. Exactamente igual que el tuyo.

 

 


 

 

Inés Matute 

 

 

 
@ Agitadoras.com 2020